Cada mañana, al despertar, soy testigo de la maravilla de la existencia. Y cada día, reflexiono sobre el hecho de que llevamos en nosotros el peso de una herencia genética que viene de generaciones pasadas. A pesar de los desafíos, de superar esos primeros siete días post concepción, es decir después del embarazo, donde enfrentamos el riesgo de mosaicismo (tema que abordo en otros videos) y de los desafíos que el desarrollo embrionario implica, aquí estamos.
Al nacer, no somos precisamente la imagen de la perfección. Sin embargo, para nuestra madre, esa primera mirada es todo. Nos evalúa, cuenta nuestros dedos, nos abraza con un amor inmenso y ve en nosotros al ser más hermoso del mundo. Si bien es cierto que nuestra apariencia inicial puede no ser la más fotogénica, la emoción del momento es inigualable.
Con nuestro nacimiento, toda una travesía comienza. Las primeras visitas al médico evalúan nuestros reflejos primitivos, aquellos que eventualmente deberán desaparecer a medida que maduramos. Los primeros meses y años de vida son fundamentales, nos observan mientras aprendemos a agarrar objetos, a sostener nuestra cabeza, a sentarnos, a caminar, y más. Es irónico pensar que, al principio, todos esperan con ansias que demos nuestros primeros pasos y digamos nuestras primeras palabras, pero más adelante, nos piden que nos quedemos quietos y que guardemos silencio.
A medida que crecemos, nos damos cuenta de lo afortunados que somos en comparación con otras especies. Un animal recién nacido, por ejemplo, tiene que aprender rápidamente las destrezas esenciales para sobrevivir. Pero en nuestro caso, tenemos el lujo de tener cuidadores, personas que dedican su vida a garantizar nuestra bienestar. Son estos 'care givers' quienes, paradójicamente, al dedicarse a cuidar a otros, suelen vivir vidas más largas y plenas.
Pero, a medida que maduramos, a veces nos encontramos con el dilema de la existencia. Algunos, a pesar de gozar de salud y capacidad, buscan emociones fuertes, desafiando constantemente la vida, mientras que otros, nacen destinados a enfrentar enfermedades raras que los atan a hospitales y tratamientos. ¿Por qué, entonces, hay quienes desestiman la vida?
Por ello, cada mañana, me siento a escribir y ordenar mis pensamientos. Y cuando alguien toma un momento para leer y compartir su percepción, eso se convierte en una fuente de motivación para mí. Porque, en última instancia, mi objetivo es inspirar a otros a valorar y agradecer la vida, no solo por cómo comenzó, sino por cómo puede enriquecerse en el presente y el futuro.
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